lunes, 15 de septiembre de 2008

En el line

El pibe apoyó la guinda sobre la marca que el line-man había dejado en la gramilla. Verdecita estaba la cancha, impecable. Casi tan impecable como la jugada.
Juanchi la había reventado bien al cajón, a la espalda del wing, al lado del in-goal. Cuando el flaco se dio vuelta para despejar tenia medio pack encima, la sacó antes de la línea de veintidós. El triunfo casi se podía oler.
Nico iba a buscar la pelota para tirar el line con ese trotecito suyo, desentendido de todo. Sacudiendo los bombos, los chicos de inferiores pedían un poquito más de huevo, pedían ganar ese clásico que ahora aparecía a tiro.
El gran capitán paseaba sus dos metros por la cancha arengando al quince local.
¡Viento de mierda! Estaba cambiando, se iba a complicar si el inclemente viento patagónico molestaba el lanzamiento.
Enfrente, al apertura se le iba la garganta organizando la defensa. “¡Bien planos!”, se le hinchaba la vena del cogote, “¡Planos!”, se le ponía colorada la cara, “¡Salimos a presionar bien planos!”, desencajada, “¡Sin infracciones, carajo!”.
Seguían repiqueteando los bombos y ahora se sumaban acompasados los tablones quejumbrosos. ¡Brum! ¡Brum! “...hay que poner un poquito mas de huevo” ¡Brum! ¡Brum!.
El gran capitán se empezó a acomodar en la fila. Mirando a Nico que ya aprisionaba la ovalada entre sus dedos de número dos. Los otros contaban los rivales, también iban ocupando posiciones.
“Para mi estos ni saltan a disputarla” comento un viejo acodado en el palenque al borde del campo de juego. “Qué van a saltar” replico gangoso otro, “Saben que no la ganan, se juegan todo al empuje”.
El medio limpió el protector con la camiseta, indicándole al tirador la jugada. Pelota al segundo saltador, obvio. Line y maul, obvio. Pelota al gran capitán, obvio.
Las mujeres habían salido de sus charlas usuales, de repente el partido ganaba interés. Empezaban a meterse en los pocos huequitos que quedaban en el palenque.
El referí comenzó a caminar entre las hileras, “Un metro, señores” Hombre de su oficio, no se le movía un pelo.
El gran capitán, segurísimo, mira inclemente hacia el tirador y se encuentra con la mirada de ella, que esta con los pelos rubios revueltos por el inclemente viento patagónico. ¿Sabrá Dickie? ¿Sabrá que el y su novia estuvieron juntos la noche del miércoles anterior al clásico?
Dickie mientras tanto se va ubicando atrás del gran capitán, fiel levantador trasero, es la pieza ignorada del éxito de los lines del quince local.
Ciudad con alma de pueblo esta, ¡puta madre! Ellos no andaban bien y el gran capitán no había querido traicionar a su fiel levantador trasero, todo lo contrario. Se acercó en el bar para consolarla, porque ella lloraba. El fiel levantador trasero, de viaje o trabajando o entrenando compulsivamente, no alcanzaba ya para hacerla feliz.
El gran capitán le había apoyado su manaza de segunda línea en el hombro, le había sonreído. Ella lo miraba con ternura, usando dos ojazos extremamente azules.
Nico cantó la jugada, Marcos hizo como que no escuchaba. Se acerca, lleva la oreja hacia delante con dos dedos para oír sobre el ruido de la barra, gana tiempo, pone nervioso al contrario.
Esa noche de miércoles anterior al clásico ella había pensado que había algo dulce, muy dulce, en ese hombrón de dos metros que jugaba desde infantiles con el que era su novio desde la séptima de hockey, desde el secundario.
Ya se le marcaban las líneas de la sonrisa, tenía más arrugas en la frente y menos pelo en la cabeza que cuando eran adolescentes pero la seguía mirando con esos ojos sinceros de siempre, esos ojos de gran capitán.
Nico hacía más tiempo limpiado la pelota y el gran capitán seguía mirándola acodada al palenque.
Ella seguía igual de hermosa que hace quince años, cuando eran adolescentes y el fiel levantador trasero le ganó de mano. Igual de hermosa que esa noche de miércoles anterior al clásico cuando en su departamento de hombre separado ella se había dejado ir, había gozado como hace mucho tiempo. Había llorado de goce y de tristeza, de alegría y de melancolía, de libertad recién ganada y de historia recién perdida.
Ella buscaba en su cartera una pastilla de miel para bajar el nudo de la garganta sin dejar de mirar al gran capitán que escarbaba las marcas del salto en la gramilla. El mismo que esa noche de miércoles anterior al clásico le había aparecido tan precioso, sonriéndole, masajeándole el hombro, con esa mirada que tenia los fines de semana en que podía estar con sus chicos y los llevaba al club.
El gran capitán le toco el hombro a Dickie, el fiel levantador trasero, para que se corriera hacia atrás, para que le dejara espacio al salto y descubrió que el fiel levantador trasero también la miraba, y le adivino una mirada extraña en la boca.
Nico llevó la pelota a la nuca, el gran capitán dio el canto y sintió como el tres daba el giro, como el fiel levantador trasero aprisionaba los muslos entre los dedos de hierro. Asentó sobre las marcas, dio el pequeño impulso y se elevó hacía la guinda que volaba girando a las confiables manos del gran capitán desafiando al inclemente viento patagónico, se elevó al triunfo, la mirada fija en la ovalada seguía la trayectoria impecable que le imprimiera el Nico desafiando al inclemente viento patagónico.
Ella miraba, las manos aprisionando la bufanda tejida en miles de partidos al borde de la cancha, los dientes atrapándole las uñas.
El gran capitán ya olía la leal compañera, la amada ovalada que a diferencia de él, de su ex mujer, de ella, no traicionaba. La pelota ya buscaba, mimosa, las confiables manos cuando el gran capitán sintió que los dedos de hierro del fiel levantador trasero flaqueaban en su tarea, aflojaban la rigidez del salto infalible.
La guinda paso silbando y beso la yema de los dedos del gran capitán como diciendo “adiós”, como pidiendo disculpas.
El gran capitán se arqueo en un vuelo perfecto, estiro sus largos brazos al infinito, tratando de que las confiables manos recuperaran la presa del triunfo.
Con los ojos descreídos la vio perderse hacia la cola del line. Vio a los enders pelear por la amada ovalada que se debatía entre mil brincos. Vio el tapping del rival, el manotazo desesperado del pibe Sebastián, vio al medio rival con la guinda entre los dedos, el patadón afuera.
Vio al referí señalar la mitad de cancha pitando ferozmente por sobre los bombos que no atinaban a terminar de apagarse, vio el cuerpo desnudo de ella, vio la incertidumbre de Nico, vio las lagrimas del fiel levantador trasero, vio la decepción del pibe Sebastián, vio la cara de gozo de ella, vio sus botines de gran capitán embarrados, la sonrisa de ella sonrisa bordeada de lagrimas, pero nunca pudo dejar de ver la guinda perdiéndose hacia la cola entre el inclemente viento patagónico.